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martes, 20 de noviembre de 2012

Educar: ¿Hacer algo de alguien? ¿hacer alguien de algo? ¿o hacer algo para que otro se haga alguien?

Phillip Meirieu, pedagogo francés, en su texto “Frankenstein educador”, nos ofrece interesantes herramientas para reflexionar sobre la educación como “fabricación”. Para ello, recurre a ingeniosas analogías con mitos populares presentes en la literatura clásica, tales como “Frankenstein”, “Pinocho” y “Pigmaleón”.
¿Qué tienen en común estas historias? Y, más aún, ¿qué tienen que ver con la educación?
Del mismo modo que el Dr. Frankenstein con su criatura creada cual rompecabezas de restos humanos, que Gepeto con su Pinocho de madera y que Pigmaleón con su estatua; Meirieu nos invita a advertir que el educador, en lo profundo de su ser, muchas veces sueña con fabricar al otro, con hacer de su educando una obra, su obra. Esta ambición de dominar por completo la fabricación de otro ¿es un sueño o pesadilla?
Bajo esta concepción de educación como fabricación, se instaura un sistema cruel que sólo conduce a la frustración del educador y a la cosificación del sujeto que aprende. Más que un sueño, entonces, es una verdadera pesadilla. Veamos por qué.
Hacer a otro podría significar que se busca hacer “algo” de lo que en realidad es “alguien”, pero se trata de más que eso. Hacer, ya sea a algo o a alguien, es en definitiva bloquear al sujeto negándole su posibilidad de ser. Pero, dar vida a lo que se fabrica, significa que no se busca un simple producto pasivo, sino alguien que exista por sí mismo y que, por lo tanto -muy importante- pueda dar gracias a su creador y se entregue por propia voluntad a su dominio.
Se presenta, entonces, una dialéctica amo-esclavo y la paradoja de un ciclo infernal de dominio reciproco y frustración. ¿Hacer al otro, pero que el otro escape del poder de su creador para volver a adherirse por propia voluntad? ¿Y si el otro se resistiera? Si así fuera, entonces, sobrevendría la imposición, ¡y con razón!, pues si el otro pudiera decidir, si supiera qué necesita, entonces ya habría aprendido, significaría que ¡ya habría completado su educación! Para el educador que fabrica, la victoria no es la emancipación del otro, sino, por el contrario, la obediencia. El amo quiere poder, pero que lo obedezca un hombre tiene más valor que si lo hace un esclavo. No obstante, ser hombre es ser amo; entonces, si el esclavo se vuelve hombre y, por tanto, un igual, ya no es esclavo, es hombre y amo también, con lo cual el amo pierde su poder, y sobreviene la derrota, sin remedio… De este modo, vemos que el amo nunca puede alcanzar su objetivo porque la verdadera satisfacción es ser reconocido como su educador por un hombre libre, y esto es un imposible, es una paradoja. El educador se condena y condena a su discípulo, porque este último no puede ser sin “destruir” al primero, no puede parecerse a él sin escapar de su poder, sin volver sobre él la violencia que ejerce para controlarlo… De esta forma, en la fórmula de educación como fabricación, educador y educando se frustran indefectiblemente.
Ahora bien, ¿se puede formar sin fabricar? ¿Es posible renunciar a hacer al otro, sin que con ello renunciemos a educarlo?
Si consideramos a la educación como una aventura que nadie puede programar, un encuentro entre sujetos, sin dominio de uno sobre otro, donde la autonomía del que aprende no es una finalidad sino un comienzo; podemos entender que es imprevisible y que el que aprende no puede formarse si la intención del educador es moldearlo a su gusto. Educar no es construir a un otro, sino ayudarlo a hacerse obra de sí mismo. En esta forma de pensar la educación, el niño es el actor principal de su propia educación. Pero no se trata de caer un puericentrismo ingenuo, porque la educación no está centrada exactamente en el sujeto sino en la relación del sujeto con el mundo. La educación es un acto nunca acabado de hacer sitio al que llega y ofrecerle los medios para ocupar un lugar. Aquel que llega al mundo debe ser acompañado para entrar en él, debe ser introducido en la sociedad y debe recibir el legado cultural de quienes le han precedido. Se trata de que ese nuevo ser pueda comprender el pasado, conocer el presente y participar en la invención del futuro. El objetivo de la educación es que un nuevo ser sea introducido y ayudado, no moldeado y fabricado.
Además, sabemos que “aprender es tomar información del entorno en función de un proyecto personal” (Meirieu, 1987) Con esto, remarcamos que el aprendizaje no es mecánico, no es reproducción, sino reconstrucción personal de un sujeto involucrado activamente. Por lo tanto, para que se produzca verdadero aprendizaje, aprender debe ser decisión del sujeto y no imposición. Así, el educador debe crear los medios para que ese ser pueda re-posesionarse de los interrogantes fundacionales de su cultura y así tenga interés por acceder a las respuestas ya elaboradas y, más aún, pueda atreverse a dar las suyas. El sujeto debe reinscribirse en problemas vivos, buscar respuestas a preguntas verdaderas, que den sentido al aprender. De esta manera, el sujeto es obra de sí mismo y en ese proceso de construcción, supera o contradice las expectativas.
En este contexto, no ha de sorprender ni preocupar que quien aprende se oponga en algún momento, pues en cada acto de resistencia, hace recordar que no es objeto que se fabrica sino sujeto que se construye. Si el otro se escapa, el educador no ha perdido, al contrario, porque la verdadera actividad de enseñanza es emancipadora.
En conclusión, el educador no obra sobre el otro sino sobre los objetos, sobre la situación, sobre las condiciones, sobre el espacio. Hace sitio, crea un espacio libre y accesible. Brinda herramientas y referencias, “brinda una horizontalidad habitable y una verticalidad significativa”. No sólo prepara un sitio, sino que también ayuda a sostenerse en él. Se trata de lo que ya planteaba Vigosky, de ofrecer un andamiaje, de facilitar los medios para alcanzar un nivel de capacidades y autonomía mayor al que podría lograr el sujeto sin ayuda, de brindar un sostén que se quite gradualmente, de apuntalar y desapuntalar. En este proceso dinámico y sin fin, el educador no puede ser más que mediador, nunca es creador.
Para finalizar, me gustaría dejar una cita que considero realmente significativa, una cita para seguir pensando: “La condición de lo humano, suele decir Albert Jacquard, es el regalo que los hombres hacen a sus semejantes. Un regalo: algo que se da sin imponerlo ni exigir que nos den las gracias, algo que se ofrece en un ritual en el que lo que se toma no desposee a nadie. Un regalo del que no se sabe por anticipado ni qué contiene ni para qué sirve. Un regalo que el educador propone y para hacer el cual, como en víspera de Navidad, organiza en secreto un dispositivo complicado, no para obligar a nadie a aceptarlo, sino para prepararle para recibirlo (…) Hay, de ese modo, muchas menudas Navidades posibles en nuestras clases, en lo cotidiano. La criatura del doctor Frankenstein no tuvo nunca una Navidad” (Meirieu, 1998)
María Eugenia Rojas
http://eu-hambruna.blogspot.com.ar/

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