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miércoles, 12 de octubre de 2011

El amor en los tiempos de la Química

    He de confesar que nunca me gustó la forma de referirse al amor, al hecho de estar enamorado, o simplemente atraído por alguien, que suelen emplear algunas personas cuando dicen: “Tenemos química”, “Tengo química”, “Hay química”… Y otras tantas formas de meter a la ciencia que estudia la materia, en el plano romántico… 

    Sin embargo, pues como en todo, hay algo de razón. Y en este caso, no es poquita ni despreciable. 

    Definir al amor o al milagro de estar enamorados, me podría llevar una vida de intentos, y el concepto es tan subjetivo como la forma de vivirlo y/o sentirlo. Cada persona podría ponerle palabras al amor, y todos escribiríamos algo diferente pero igual de válido. Incluso este concepto podría variar en diferentes momentos o situaciones de la vida de una misma persona, lo que dificulta aún más su intento de definición, debido a que estas ideas o sentimientos, aunque tienen cosas en común, no se manifiestan del mismo modo ni se mantienen constantes a lo largo de todas las experiencias de amor que se viven. 

    Por ello, no me ocuparé –al menos hoy- del amor en términos filosóficos, sino en relación a lo orgánico, a lo que nos pasa efectivamente por el cuerpo y que es empíricamente medible. En otras palabras, digamos que me referiré al amor en los tiempos de la ciencia, o de la química… 

    ¿Qué significa estar enamorado, en términos fisiológicos y químicos? Cuando nos enamoramos, las primeras sensaciones mágicas, están acompañadas por alteraciones de algunos neurotransmisores, principalmente dos de ellos. Los neurotransmisores son sustancias químicas que llevan información de una neurona a otra. Cuando nos pica el bichito amoroso, se registra un aumento del neurotransmisor dopamina, y una disminución de otro llamado serotonina. Ya sé, estás pensando que si no te hablo en castellano vas a abortar la lectura ahora mismo, pues ya te explicaré, no te impacientes… La dopamina es comúnmente asociada con el sistema del placer del cerebro, suministrando los sentimientos de felicidad, de gozo y refuerzo para motivar a una persona proactivamente para realizar ciertas actividades. Participa en experiencias naturalmente recompensantes tales como la alimentación, el sexo, el efecto de algunas drogas, y otros estímulos que se pueden asociar con conductas repetitivas tendientes a la búsqueda de placer. Para que te hagas una mejor idea, las personas que padecen depresión, presentan bajos niveles de este hedonista y bendito neurotransmisor que se pone a trabajar cuando encontramos una media naranjita. La serotonina, el otro neurotransmisor en cuestión, también está asociado con los centros de placer, su falta genera ansiedad, tristeza… Pero dijimos que disminuye cuando estamos enamorados… Entonces, ¿cómo es la cosa? Y… parece ser que queda curiosamente resuelto el hecho aparentemente contradictorio de cómo el amor nos da tanta alegría y tanto dolor a la vez… Pero las cosas no son tan simples, y no quiero pecar de reduccionista. 

    Y no sólo cambian estos neurotransmisores, también se producen hormonas relacionadas con el comportamiento sexual, y se liberan endorfinas, también asociadas al placer. Y se han identificado zonas cerebrales que se activan cuando estamos enamorados. En efecto, se han realizado experimentos que han permitido comprobar la activación de ciertas zonas cerebrales del sistema límbico ante la sola visión del objeto de deseo, que en general es sujeto (aunque hay de todo en la viña del Señor…). Esta sería una buena prueba que reemplazaría por completo a la vieja práctica de deshojar margaritas, pero aún no está disponible para uso masivo. 

    Como vemos, el enamoramiento tiene mucho que ver con la química, y también el olfato juega un papel más que importante. Las famosas feronomas no son ciencia ficción, envuelven el aire de los enamorados y pueden carecer de olor, pero que se huelen, se huelen… y cuando eso ocurre, es cuando más ganas de pecar tenemos, porque la lujuria no perdona… (Gracias a Dios, no se enojen los que piensen lo contrario, pero yo opino que la lujuria, más que en la lista de pecados capitales, debería estar en la de los dones del Espirítu Santo). 

    Y hay mucho de verdad cuando se dice que el amor es adictivo, que es como droga, o incluso, como enfermedad. El amor va de la mano del deseo, apareado a éste (o con toda la intención de hacerlo). Y el deseo abre caminos de recompensa en el cerebro, al igual que lo hacen las drogas. Hablemos de una droga usual, el alcohol por ejemplo, sustancia que, entre otras cosas, hace disminuir la presencia de serotonina, sumado a que nos afloja de unas cuantas barreras de censura e inhibición, pues genera un estado muy propicio para mirar con cariño a quien tenga la suerte o la desgracia de cruzarse en nuestro etílico camino. Y el tabaco, otra droguilla común, pues eleva los niveles de dopamina, el otro de los neurotransmisores mencionados, brindando un estado mental placentero. Y para que abras más grandes los ojitos, te cuento que las personas que sufren de trastornos obsesivos, suelen presentar niveles bajos de serotonina; sospechosamente, tal como ocurre cuando tropezamos con nuestra otra mitad. Y sí, no me digas que no has experimentado la obsesión en su máximo pico luego de conocer a tu alma gemela… Pensamiento monotemático; ansiedad potenciada; ideas fijas imposibles de erradicar de nuestra mente; amigos en peligro de extinción, o al borde de un ataque de nervios, a punto de huir de nosotros porque no somos capaces de hablar ni de escuchar otra cosa que nuestra cantinela repetitiva; deseos permanentes de control o de posesión; suspiros interminables que no paran hasta que suena el teléfono (y es la media naranjita, obvio). Para bien o para mal, este efecto no dura eternamente, con el tiempo, y si no lo perdemos, es decir, si hay mucho sexo en el medio, pues la serotonina vuelve a sus niveles normales… Aún así, si permanecemos juntos, también tiene que ver con acción química de hormonas como la oxitocina y vasopresina, que son las responsables del “pegoteo”, de la sensación de apego y de la fidelidad… 

    Como vemos, y sin ánimos de reducir la complejidad del enamoramiento, del amor, y de todas las emociones que sentimos en relación a las ganas de “morirme contigo si te matas, o matarme contigo si te mueres”, a unas pocas sustancias químicas; es verdad que hay un arsenal de éstas en acción cuando 
nos pica el tábano del amor…

    ¿Será
el "mal de amores", nada más que una crisis de abstinencia por la falta de los estímulos que facilitan la producción cerebral de todas esas sustancias adictivas? Que lo digan los que calman esta ansiedad con chocolate, el cual parece suplir, al menos en el sentido químico, la ausencia del alma gemela. Y digo que lo digan ellos, y digo “parece”… porque a todos no nos pegan de la misma manera los mismos narcóticos. A mí, la euforia que me produce la media naranjilla, el medio pomelito, la media sandía, mi otra parte, mi medio latido, o mi nidito de amor, pues no me lo reemplazan así de fácil, ni con todo el cacao del mundo, ni con una fábrica completa de bombones para todos los gustos…

    Amor bendito, amor maldito; algunas veces gracia, otras veces desgracia; aún así, ¿quién quiere perdérselo?

María Eugenia Rojas

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