Permanentes
palabras que no se las llevará el viento… y tal vez tampoco el tiempo…
Escribimos…
Somos… Y lo que somos no se puede borrar…
¿Y
para quién somos? ¿Para quién escribimos?
¿Escribimos
para nuestros contemporáneos? ¿Le escribimos a nuestros antepasados?
¿Escribimos para las generaciones venideras?
La
verdad es que yo creo que no… que nada de eso… que no escribimos pensando ni en
pasado, ni en presente, ni en futuro… Escribimos para nosotros… sí, aunque
suene algo egoísta (o del todo) el motor principal somos nosotros mismos… como siempre,
como en el fondo de todo lo que hacemos… Si alguien más, del presente o del
futuro, se siente o es realmente también destinatario de nuestras palabras, pues
mejor aún, habremos ganado doblemente en el milagro de compartirnos… Sin
embargo, cuando plasmamos con letras nuestro pensamiento, nuestro sentimiento,
nuestra experiencia en este transitar, cuando derramamos el alma en el papel, la
primera ganancia que obtenemos es satisfacer nuestra necesidad… sí, la propia
necesidad de expresión, de ser, de vivir, de no pasar sin dejar huella…
¿Conciencia
de finitud, de muerte? Tal vez… ¿Deseo de ser más intensamente, de elevarse -aunque
sea por un breve instante- por encima del tiempo? Puede ser… ¿Urgencia por
permanecer, por vencer las limitaciones humanas? Quizás…
Pero
sea como sea, procesos internos, personales, subjetivos… anhelos propios… en singular…
Arte
solipcista… y aún así… como todo, ¡cuánto más se disfruta cuando se comparte!
Cualquier
arte fluye… brota de un alma que necesita abrir paso a ese mar que empuja… que
necesita dar vuelta su corazón y volcar lo que hay allí dentro…
Escribo
para mí, sí…
Y
aunque en esta vida no tenga más testigo que el viento… procuraré que no pueda
llevarse todo lo que tengo…
María
Eugenia Rojas
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