mis coordenadas te envié…
Tardecita de verano, sola en un bar,
te imaginé, te pensé...
y en el aire mi deseo te derrramé…
Con mi alma en tu alma atada,
y el aire surcado por mensajes de amor,
criatura de bella risa, en mis oídos sonabas,
cual embriagadora melodía de sirena,
mientras una dulce voz, por mí, a ti te cantaba:
“¡Qué bonito
cuando te veo ahí!
¡Qué
bonito cuando te siento,
qué bonito
pensar que estás aquí, junto a mí!
¡Qué
bonito cuando me hablas, aayy,
Qué bonito
cuando te callas!...”
Y como quien sí quiere la cosa,
te esperé… como toda la vida te esperaría…
Y te soñé… y te amé… y te extrañé…
Y te llamé con el alma,
Pero no pudiste escuchar…
Y como quien sí quiere la cosa,
entre tanta cara extraña te busqué,
y en cada taxi que paró, tu descenso anhelé.
Y me ahogué entre gotas saladas,
amargas, doradas…
Y te esperé… y te esperé…
Y ese día, sin presencia ni respuesta,
ni aquella puerta pudo adornar tu silueta,
ni hubo más que una fría copa entre mis labios,
ni estas manos, pudieron acariciar más que el húmedo
papel.
María
Eugenia Rojas
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