A tus manos, mi Musa...
Palomas blancas
que a veces vuelan libres; y otras veces, oprimidas, se ahogan entre los oscuros
barrotes donde te empeñas en guardarlas.
Suaves,
cálidas, delicadas, cargadas de bellezas para regalar… dominan como nada, ni
nadie, el arte de acariciar.
Deseosas,
generosas, sensibles, llenas de energía… algunas veces, agitadas como río,
recibo sus vibraciones, y aún en la distancia las siento dentro mío.
Ramilletes
de fuego que irradian luz y calor, se filtran entre mi ropa cual rayo de sol…
Tiernas,
inquietas, traviesas… deja que expresen su pasión, no las ates, no las escondas,
déjalas ser… ellas saben muy bien lo que tienen que hacer…
Retazos de
terciopelo, trozos de cielo, delicioso cobijo para delirar…
Flores
carnosas, tiernas, perfumadas, traes pétalos en la punta de cada uno de tus
dedos…
Fuente de
emociones, dadoras de placer infinito, creadoras de inimaginables sensaciones,
ávidas de amor, rebosantes de ternura… Deslízalas en mi piel, manojos de
locura, dulzuras de caramelo… dedos que en mi boca saben a miel…
Alas que
sueñan, pájaros que vuelan… Portadoras de caricias que abrasan, de ilusiones
que laten, de pinceladas que tatúan el alma y la piel… No amarres a estas deidades
pues no han nacido más que para mimar y para, entrelazadas con otras, este
camino de a cuatro transitar…
Tibiezas
que queman, maravillas que transportan, que empujan, que arrastran… Boletos de
ida al paraíso, allí me quiero quedar… no les ordenes que me hagan regresar…
Mariposas
irresistibles que agitan mi aire, que vuelen sobre mí, que hagan nido en cada
uno de mis rincones… Ellas saben, ellas comprenden más que la razón,
interpretan cada uno de mis latidos y todos los compases de mi respiración.
Extremos
de algodón, a veces con vida propia, a veces materializando tu imaginación…
inventan un sinfín de caricias de esas que le hablan directamente al corazón.
Llamas en
los dedos, semillas en las yemas… que siembren de vida, que florezcan mis
entrañas. Soy tierra fértil y húmeda si me riegan… Soy arcilla reseca, soy
grieta, soy polvo, soy piedra, si a su ausencia me condenas…
Suéltalas,
libéralas, déjalas escribir con su tinta de sangre y fuego… déjalas plegar
sueños de papel, déjalas tejer con hebras de mi cabello y fundirse con mi piel…
Balsas
frágiles que acunan, que mecen entre lagunas de besos, que se hundan en mis
profundidades y anclaré por siempre en el puerto de sus milagros…
Desbordantes
de dones, abrélas, extiéndelas, deja fluir sus bondades, que esparzan el polvo
de estrellas que esconden, no mezquines su calor, no han nacido para ser puño
ni estar bajo guante… Están aquí para brillar, ellas sí que saben amar…
María
Eugenia Rojas
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