En
tus manos me vuelvo pequeña, me pierdo en la inmensidad del poder que ejercen sobre mí. A veces siento que quepo en tu puño o que entre tus manos abiertas me
tomas y me puedes guardar. Me encojo para que tus manos me envuelvan, me vuelvo
volátil, efímera; me deshojo en mil suspiros que derraman y esfuman mi
materialidad. A veces me vuelvo sólo alma, sólo sentir, porque entre tus manos
se expande mi existencia etérea, me vuelvo luz, me hago agua, fuego, arcilla y
corazón.
En
tus manos soy de papel, me pliegas, me armas y desarmas, me tienes entera
cuando me alcanzas con las yemas de tus dedos. Tus manos me abrigan, me
transportan, me cuidan. A veces siento que quiero fundirme en tus manos, ser
parte de ellas, quedarme a vivir allí, prendida de tu calor, adherida a la piel
de terciopelo de esas beldades que agitas cual alas de mariposa, portadoras de
magia y de un sinfín de sueños que atraviesan mi emoción y dan vida hasta a la
más recóndita fibra de mi corazón.
En
tus manos se desvanece el mundo y ya nada puede dañarme, allí no hay peligro
alguno porque en tus manos es todo cálido, suave y tierno. Cuando me acurruco
en tus manos, no existe nada más que tú y yo, y me parece que soy niña otra
vez, que estoy indefensa, sin embargo, no siento ningún temor. A veces me
parece que me desarmo cual flor bajo tu caricia, pero que luego me cubres nuevamente
con los pétalos que traes en la punta de los dedos. Bajo tus manos quiero
dormir, con ellas quiero volar, en ellas te quiero sentir, sin ellas no
entiendo de qué forma se puede vivir.
María Eugenia Rojas
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