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miércoles, 17 de agosto de 2011

Escolarización de un sujeto adulto

    Una persona se puede considerar adulta cuando ha pasado por una serie de crecimientos indispensables para ser aceptada socialmente como tal, dentro del colectivo donde vive, y es capaz de autoabastecerse. Utilizamos el término crecimiento porque no se “crece” en todos los aspectos personales al mismo tiempo, como tampoco se produce de una sola vez el crecimiento biológico. Además, cada contexto y situación (sobre todo económica) le otorga un significado diferente al término adulto, debido a la importancia que se le da, por ejemplo, al hecho de tener trabajo, independencia y posibilidades de decidir por uno mismo, qué hacer y cómo enfocar un presente y orientar un futuro.

    La educación ejerce el papel de guía en ese crecimiento hacia la madurez. La educación consistirá en aprender a vivir como un hombre completo pero inacabado que busca continuamente su nunca alcanzada plenitud humana. Se trata del hombre como ser abierto, no determinado en una dirección.

    Hoy en día no hace falta demostrar que aprendemos continuamente y a lo largo de toda nuestra vida. En los últimos años, y porque la sociedad actual es un ejemplo de ello, se viene aceptando la idea de que la edad por sí misma no influye significativamente sobre la capacidad de aprendizaje de los adultos. Sin embargo, los adultos presentan más dificultades para aprender que los niños, esto se debe a ciertos condicionantes que se analizarán más adelante.

    Entre una población de personas adultas, nos encontramos con los dos extremos de lo que denominamos período adulto: los jóvenes y las personas de la llamada tercera edad. Mientras que los jóvenes provienen de una enseñanza escolar obligatoria, en la que por circunstancias diversas fracasaron o fracasó para ellos el sistema escolar, las personas mayores, en general, acuden a la escuela porque en la edad escolar no pudieron hacerlo.

    Pensar en la escolarización de un sujeto adulto es aún más complejo que pensar en la escolarización de un infante, tanto más si pensamos en el fracaso escolar desde ese contexto. Al entrecruzamiento de múltiples factores se le agrega una perspectiva de análisis y reflexión más amplia, desde dos dimensiones temporales:

    Por un lado, el fracaso escolar actual, que se presenta cuando los alumnos adultos que ingresan al sistema tienen dificultades variadas de adecuación al mismo. El sujeto adulto que llega al sistema sin ningún tipo de escolarización o con una experiencia trunca y lejana, no sólo debe aprender contenidos, también debe adecuarse a un sistema que le es totalmente ajeno, diferente y hasta hostil.  El aprendizaje del rol de alumno, la construcción de su identidad como tal, es un proceso que genera mayores tensiones en los esquemas internos, que cuando se trata de sujetos infantiles. Esto se debe a que la subjetividad del adulto ya está más consolidada que en el niño. Al mismo tiempo, el adulto cuenta con gran cantidad de teorías de acción o teorías implícitas que se constituyen como conocimientos válidos en su mundo cotidiano, y que se presentan como fuertes obstáculos epistemológicos a la hora de intentar abordar otras formas de conocimientos presentadas por la escuela. En esta dimensión aparecen diversos problemas e interrogantes relacionados con causas y estrategias tendientes a disminuir el fracaso en el contexto de educación de adultos, al igual que ocurre en el contexto infantil.

    Por otro lado, el hecho de que una persona haya pasado su infancia y gran parte de su vida adulta sin escolarización o con su escolarización básica incompleta, es la prueba concreta que abre puertas a nuevos problemas, nuevos interrogantes y nuevas reflexiones relacionados con una mirada orientada hacia el pasado.  Esas trayectorias fallidas o esa exclusión deben dar lugar a una reflexión crítica que contribuya a ajustar el presente en vistas de reducir el fracaso escolar en el futuro.

    Ese niño que fracasa y construye una subjetividad mellada por el estigma de la imposibilidad, se constituye como un adulto carente de simbología cultural, en desigualdad de condiciones frente a sus pares escolarizados, muchas veces marcado por la resignación y/o sumisión que le confiere su condición o estigma de “no poder”. Y del mismo modo que quedó excluido del sistema escolar, transita una adultez excluido o con dificultades muy importantes a la hora de insertarse en el sistema laboral. Su fracaso escolar, su sentimiento de no poder aprender, se traslada luego hacia un fuerte sentimiento de no poder en otros aspectos, de fracaso laboral, de imposibilidad de desarrollarse plenamente, de imposibilidad de “ser alguien”, es decir de no-ser. Esto puede llevar a un renunciamiento al placer y a la patología del no-deseo. El no-aprender puede ser pensado en cierto modo como significante de la denegación del deseo, vale decir, crisis del deseo como enfermedad propia de esta época, con la consecuente constitución de sujetos acríticos, meros repetidores de discursos ajenos. En este sujeto cristalizan significados en torno al ámbito escolar que también pueden constituirse como importantes obstáculos a salvar a la hora de escolarizarse en la etapa adulta. Esos significados alcanzan incluso a las generaciones siguientes, puesto que dichos adultos también son miembros de nuevas familias donde transfieren a sus hijos el profundamente arraigado sentimiento de no poder. Algunas veces consideran el fracaso escolar como una consecuencia natural de su condición de marginados.

    Sin embargo, la construcción de la identidad no es definitiva, está en continuo movimiento; de esta manera el sujeto adulto, aún con todas las dificultades,  puede conformar un nuevo proyecto identificatorio que le permita sustentar el proyecto escolar y avanzar hacia ese nuevo ideal. El “proyecto identificatorio” es autoconstrucción permanente del yo por el yo, que permite un continuo movimiento, del cual depende la existencia del yo. El proyecto tiene que ver con la construcción de una nueva imagen ideal que el yo se propone. Pero entre el yo y su proyecto siempre persiste una diferencia, una distancia. La coincidencia entre el yo y su proyecto es inmovilidad. Nos cabe la tarea de reintentarlo permanentemente…
María Eugenia Rojas

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